La entrada de hoy es algo diferente a las habituales y no tiene mucho que ver con los juguetes aunque un poquito sí. Os voy a hablar de una exposición muy chula que montamos una amiga y yo hace unos años.
Veréis, como coleccionista todo
terreno tengo interés en muchas cosas que van más allá de los juguetes y las moñas.
Hablo de objetos antiguos y curiosos que han despertado mi atención en algún
momento, pasando a incrementar mi colección de trastos. En este caso tienen que
ver con las antiguas tiendas, los llamados comercios de ultramarinos.
Ultramar es una de las palabras
más bonitas del idioma español y solo nombrarla huelo a bacalao salado, a
café, a especias: a productos traídos de muy lejos, de más allá de nuestros
mares, de lugares entonces desconocidos para un niño ¿No os sucede lo mismo?
Os cuento. En mi pueblo hubo
muchas pequeñas tiendas de alimentación donde se vendía casi de todo. No conocí
más que algunos de estos comercios pero tengo recuerdos de varios de ellos y
quiso la fortuna que una vez desaparecidos casi todos, en uno todavía se
conservara el mobiliario original de madera. Era muy sencillo pero tenía tanto
sabor …
La propietaria de este local era
una señora muy amable y dijo sí a nuestra petición de montar una exposición
allí durante unos días: la idea era volver a llenar esas estanterías – vacías
desde hacía décadas – con objetos que guardábamos Luisa y yo. Ay, si no la he
presentado. Luisa es una amiga con quien comparto amor por esta clase de cosas.
Nos entendemos muy bien hablando de nuestras aficiones.
Dicho y hecho. Nos decidimos a
recrear una tienda imaginaria, ecléctica y totalmente atemporal: en las fotografías
veréis objetos de muchas épocas diferentes, cada uno de su padre y de su madre,
que convivieron en perfecta armonía para deleite nuestro y de los visitantes.
Empezamos por llevar nuestras
cosas. Hicimos muchos viajes con el coche, je je. Latas antiguas y botellas
fueron la base para la sección de alimentación que estaba justo detrás del
mostrador. Pusimos tarros con tomate y melocotón en conserva hechos en casa
(aquí tengo que decir ¡viva mi madre!) y hasta productos del huerto de mi querido abuelo. Nuestras familias y buenas amigas ayudaron mucho como
siempre.
El local estaba, lógicamente, a
pie de calle así que mientras nos dedicábamos al montaje pasaban conocidos que
preguntaban que qué estábamos haciendo porque les sorprendía ver ese lugar abierto
tantos años después de su cierre. Tras recibir las explicaciones oportunas fueron
muchos los que marcharon a sus casas para volver más tarde con algo con lo que
completar nuestra flamante exposición.
“Pasen y entren a conocer esta
tienda de ultramarinos” parecía decir la puerta de nuevo abierta. Y efectivamente, eso queríamos, que cualquiera
con algo de curiosidad e interés pasara a ver la exposición. Os puedo decir que
fue algo fantástico, lo que disfrutamos en todo el proceso (inciso, desmontar
siempre es lo peor, ja ja e ir devolviendo lo prestado también). No sé cuántas personas cruzaron el umbral de la
puerta y se sorprendieron al ver ese batiburrillo encantador.
Una anécdota: una pareja entró
preguntando si teníamos huevos a la venta, ja ja ja. A primera vista les había
parecido que la nuestra era una tienda real (y rara). Por supuesto se los regalamos. Nos dijeron que estaban en un apartamento de
turismo rural, era tarde y ya no había donde comprar para hacer la cena, solo en nuestro ultramarinos ficticio.
A través de las imágenes ya
habréis visto que no faltaba de nada: bacalao o abadejo seco salado que incluso
tenía su cuchilla para cortarlo, una ristra de ajos, sardinas de cubo, legumbres,
pimientos secos y frescos, uvas y membrillos y hasta los últimos tomates del
verano. Ah, y los figos enfarinaos o higos enharinados que se ponían en
una ristra y se colgaban en las antiguas cocinas. No conocí muchos de los
productos que había en nuestra tienda pero de oídas, casi todos.
Las demás secciones no tenían
desperdicio: mercería, perfumería, limpieza y los rollos de papel El Elefante.
Piezas de vajilla de cerámica, algunas cazuelas, juegos de café que se
regalaban por puntos hace muchos muchos años … y la pequeña sección de juguetes
que recordaban a los promocionales (la niña de Flan Chino El Mandarín) o las
peponas de cartón y los carritos tirados por burros.
Vale la pena mirar las fotografías con detenimiento porque hay muchos objetos curiosos en ellas. Y desde luego valió la pena el esfuerzo de hacer esta exposición tan original donde pasamos unos ratos buenísimos. Que nos quiten lo bailao.
Se me olvidaba, el cuadro de
punto de cruz que encabeza esta entrada colgó de nuestra tienda dando la
bienvenida a los visitantes pero ahora es momento de decir ¡hasta pronto!
En esta entrada al blog conocerás el museo etnográfico de Ramiro y Patro en Agüero PINCHA AQUÍ para verlo. En esta otra te enseño un juguete miniatura que es una pequeña tienda PINCHA AHORA AQUÍ
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