A veces, en fines de semana fríos
de invierno, me viene un recuerdo muy bonito de infancia. Esta evocación se ha repetido en los días pasados y hoy la comparto con vosotros.
Estoy revisando mis muñecas
recortables. No tengo una gran colección, seguramente ni siquiera se le puede
llamar colección pero poniéndola al día he visto que tengo piezas muy bonitas
que merecían estar ordenadas.
Una amiga me regaló un libro que
me está ayudando en la tarea y en fin, que he pasado unas horas entretenida
revolviendo entre las carpetas donde había ido colocando las láminas de papel a
lo largo de los años.
Entre todas ellas han aparecido
las que tuve de niña. He escuchado a muchas mujeres contar que al crecer ellas sus
juguetes acabaron en la basura o fueron regalados a otras pequeñas y ahora
añoran haberlos perdido. No fue mi caso, tuve la suerte de que mis padres
conservaran casi todas mis cosas y así es como tengo todavía mis moñetas
de papel.
No son unos recortables
especialmente bonitos ni tienen valor económico alguno pero para mí son de los
mejores. Están asociados a mis queridos yayos porque era mi abuela quien me los
solía comprar cuando algunos sábados invernales los hermanos íbamos a su casa a
dormir ¡nos encantaba!
Lo habitual era hacer una parada
en el estanco donde yo elegía una hoja de muñecas y los chicos, una de
soldados. Así, bien contentos, pasábamos la tarde junto al hogar, cortando
torpemente las figuras y dándoles vida mientras nuestros yayos nos contaban
historias de su propia niñez.
El amor de mis abuelos, el calor
de la lumbre y las sencillas muñequitas de papel han vuelto a mí de forma dulce
al abrir los sobres donde las guardé tiempo atrás. He sonreído al ver los reversos
de varias láminas que quedaron sin recortar y que debieron dar muchas vueltas
por casa de mis padres ya que detrás hay anotados números de teléfono, nombres
de personas y también nuestros garabatos y dibujos.
Sonrío ahora al ver cómo bauticé a
algunas de las niñas - Mari Merche se llama una - y me imagino poniendo voces a
unas y otras mientras mis hermanos hacían combatir a sus soldados o ponían a
desfilar a la guardia civil.
Acabo con dos reflexiones: la
primera es que o mis tijeras romas eran muy malas o yo no tenía nada de pericia para recortar, je je. La segunda es que existe un Día internacional de los
abuelos pero para mí, todos los días deberían serlo. Gracias, yayos.
Hace un
tiempo hablé de un juego que me regaló mi abuela, creo que os gustará volver a
verlo aquí
Vestidas de papel es el nombre del libro que estoy utilizando para catalogar mis láminas
¿Quieres comentarme algo? estaré encantada de leerte,
puedes hacerlo abajo. Aclaraciones, aportaciones y preguntas son
bienvenidas
Las fotografías de esta entrada están hechas por
mí. En virtud de la ley de la propiedad intelectual está prohibido utilizarlas
sin mi consentimiento. Si las necesitas, ponte en contacto conmigo a través de
este blog, gracias 😉
Una entrada entrañable en la que me has hecho añorar mi propia infancia y a mis abuelos.
ResponderEliminarBesos, María G. Litago
Gracias María, los objetos de la infancia (los juguetes entre ellos) son poderosos, despiertan muchas emociones en nosotros, recuerdos de gente querida. Un placer tenerte por aquí, un abrazo
EliminarMi madre siempre que me llevaba al médico me compraba una muñeca eran las recortables cabezonas de Arnalot. Más de un vestido le sirvió a mis tías de modelo para hacerme uno a mi.Solo he conseguido recuperar tres de ellas. Aunque estoy segura que la primera que muestras también la tuve.
ResponderEliminarA veces los vestidos de papel tenían diseños tan bonitos que no me extraña que te hicieran algunos reales basados en ellos. Me gusta tu recuerdo de ir al médico y conseguir un recortable, era una especie de premio cuando estábamos enfermos. Gracias por compartirlo
Eliminar