Hace justo un año participé en
una actividad a la que le tenía muchas ganas, una cápsula del tiempo. Por si
alguien no sabe de qué se trata lo explico. Consiste en enterrar una caja con
cartas y objetos de nuestra época para que sean abiertos en el futuro: un viaje
a través de los días, las semanas, los meses … hasta llegar a un siglo.
Pertenezco a una asociación
cultural y celebrábamos nuestro treinta aniversario, para ello ideamos todo
tipo de actos y entre mis propuestas estuvo la de hacer una cápsula. Siempre
había tenido la ilusión de participar en un proyecto así pero hasta entonces no
había sido posible. Mi idea gustó y nos pusimos manos a la obra buscando el
emplazamiento, el tipo de caja más adecuado y sobre todo pensando qué
pondríamos dentro. No sería algo exclusivo
de nuestra asociación sino que ampliaríamos la invitación a otros colectivos,
al ayuntamiento y a personas a título individual de nuestro pueblo. Todo el que
quiso pudo enviar su mensaje.
Puedo hablar de los textos que
escribieron miembros de mi familia y amigos porque me los dejaron leer. En
ellos se contaban aspectos de nuestra forma de vida en enero de 2020, nuestras
preocupaciones de todo tipo y la esperanza puesta en que el futuro fuera mejor
que el presente en muchos aspectos. Las cartas de los niños eran especialmente
bonitas, cargadas de inocencia, de pensamientos maravillosos y de optimismo. “¿Se pueden enamorar los robots?” se
preguntaba una niña. “¿Habéis aprendido a curar todas las
enfermedades?” era la pregunta de otra.
Llegado el momento, no os podéis imaginar la variedad de objetos que se introdujeron en la caja metálica estanca que dejamos bajo tierra con la intención de mantenerlos preservados. Había cartas en diferentes idiomas, dibujos, partituras e instrumentos de música, libros, monedas, objetos de cerámica, fotografías, banderas, revistas locales, camisetas, pequeños juguetes y muchas cosas más.
¿Y qué puse yo? Pues os diré
que al principio no sabía qué introducir, no me decidía, hasta que una amiga me
dijo “seguro que tú metes algún juguete
en la cápsula” y empecé a pensar. Tenían
que ser objetos que significaran algo para mí pero no podían estar hechos de
cualquier material. Nos habían recomendado no introducir elementos de plástico
ni de ciertos componentes por la degradación que pueden sufrir a lo largo de
los cien años que esperamos permanezcan encapsulados y yo quería que mis juguetes resistieran este largo viaje.
Finalmente elegí tres pequeños
objetos: un muñeco cerámico porque es algo atemporal que ha estado presente en
la vida cotidiana desde las primeras civilizaciones y porque refleja mi interés
por el mundo del juguete; una cucharita infantil metálica que enlaza con los
niños de mi familia que son el futuro; y por último una taba porque también ha
sido un entretenimiento desde la antigüedad y porque me une con mi pasado, con
mis abuelos. Adjunté una copia de la nota que mi yaya me escribió acerca de
este juego de su infancia (quizá recordéis que lo conté en otra entrada, la
podéis volver a leer AQUÍ ) Y por puesto
también escribí mi carta al futuro, asomándome con cierto vértigo a las personas que la
abrirán en enero de 2120 ¿Quiénes serán? Ufffff.
Aunque he de ser sincera.
Resulta que me ocupé de fotografiar y envolver en un papel especial los objetos
que entre unos y otros íbamos a depositar en la cápsula ¡y se me olvidó hacer
una fotografía de los míos! ¿os lo podéis creer? Ayyy, qué desastre. Así que
las imágenes que veis no son exactamente lo que yo enterré. El muñequito era
igual pero con otra ropa, es una reproducción china de un muñeco antiguo que
salió en un coleccionable. La cucharita era muy parecida y la taba era otra
similar. Debería haber introducido también unas canicas de cristal y algún
juguete actual, quizá tenga ocasión de participar en otra experiencia como esta
y entonces lo haré.
Reflexionando sobre todo esto y
mirando las fotografías que tomé ese día de principios de enero de 2020, cuando
dejamos nuestra cápsula del tiempo bajo tierra, veo que no teníamos la menor
idea de lo que se nos vendría encima solo unas semanas después, por eso los
pensamientos que dejamos por escrito reflejaban una forma de vida bastante
diferente a la que tenemos ahora mismo. Aunque mientras escribo esta entrada
veo a los pequeños de mi familia jugar al Monopoly y pienso que, pese a todo,
la infancia sigue siendo la misma. Espero que esto nunca cambie.